martes, 24 de mayo de 2011

Poema: Juan David Herrera.

Basado en: La Rayuela - Julio Cortazar

Apenas él le hacia el poema, a ella le palpitaba el corazón, y caían en fallo, en montuosos pensamientos, en memorias exasperantes. Cada vez que él quería magrear las cabelleras, se embrollaba en un sentimiento aspaventero y tenía que involucrarse de rostro a la culpa, sintiendo como poco a poco las ganas fallecían, se iban terminando, disolviendo, hasta quedar andanada como el deceso de elementos al que se le han dejado derribar unas gotas de fluido. Y sin embargo era apenas el comienzo, porque en un instante dado, ella se resguardaba la mirada, accediendo a que él acercara delicadamente sus manos. Solo se observaban, un sentimiento los rodeaba, los colmaba y laceraba, ya era el momento, la culpa de sus caricias,  el indiscreto conocimiento del instante, la marcha del mayordomo en una aparatosa pausa, ¡hey! ¡hey!, oídos en el lecho de la concupiscencia, se sentían observar, amedrentaba la habitación, se sobrepasaban las aflicciones y todo se arreglaba en un sinfín de perdones, en palabras de penitente culpa, en momentos crueles que os blasfemaban hasta el confín de sus vidas.


Poema original:
La Rayuela
Julio Cortazar
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
FIN

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